jueves, 21 de marzo de 2013
Querida sombra
Corrí lo más lejos que pude, alejándome poco a poco de la cuenta regresiva. Pensé en la gran piedra pero me pareció demasiado común, ¡detrás de esa frondoso árbol ¡ pensé, pero ya estaban ahí todos ocultos. Recorrí todo el lugar, entre la muchedumbre, bajo el carrito de los helados, tras la resbaladilla o entre los arbustos. Me había escondido ya en todos esos lugares, el parque me parecía demasiado pequeño. Cuando decidí rendirme y encaminarme a casa, una luz blanca que provenía de arriba iluminó mis manos: Debieron patear muy lejos esa pelota, ¡se ha atorado en el cielo!- me dije a mi mismo.
Decidí sentarme recargando mi espalda en una gran pared sobre el camino donde más temprano paseaban las bicicletas… pero no me encontraba solo. Pegué un brinco cuando lo vi sentándose a mi lado cuando el faro se encendió, no lo conocía y es que nunca antes lo había visto, estaba demasiado cerca y comenzaba a sentirme invadido así que lo miré de reojo, iba todo vestido de negro y debía tener la piel muy oscura pues no distinguía sus rasgos, no es que fuera racista pero preferí alejarme así que me paré, pero él lo hizo también. Debía medir lo mismo que yo y de hecho tenía el mismo peinado pero era mucho más flaco, casi no se separaba de la pared. Me crucé de brazos pero él me imitó al instante, comenzaba a molestarme, así que le pregunté: Y tú ¿Qué quieres? Pero no obtuve respuesta. Se creía muy listo ¡Pero yo lo era más! Comencé a correr pero él corría a mi lado sin separarse, quizá quería que lo ayudara, me detuve en seco, ¿Es esa tu pelota verdad? Le dije señalando al cielo mientras él apuntaba a la misma dirección, no me contestó pero por su ademán supuse que estaba en lo correcto, no le desearía esa suerte a nadie, vaya que perder una pelota tan grande no es cosa fácil. Me propuse ayudarlo, después de todo, no me había hecho nada- No te preocupes, podemos jugar otra cosa. Me puse de frente a él y le extendí la mano, él me imitó, traté de sacudirla en señal de pacto pero era demasiado delgado, podía sentir mi propia piel al intentar tomar la suya, no le di mucha importancia, comencé a correr y girar, a saltar y gritar y él lo hacía también, bueno él no gritaba, era muy tímido, lo supe cuando al alejarme de la pared él se acostaba sobre el piso y no lograba ponerlo de pie.
Esa noche me divertí más que nunca, él corría igual que yo, saltaba tan alto como yo, incluso se cansaba cuando yo, me pareció siempre tan extraño… ¡Ahora lo entiendo! y es que nunca me sentí tan acompañado como cuando me encontré completamente solo.
-Fa-
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