Sus pies se detuvieron en seco
cuando a su cabeza vino la esencia real del tiempo transcurrido. Le había
parecido tan poco y resultaba ser en verdad un muchero. Se sentó a la sombra de
un gran árbol, dobló sus piernas y llevó su frente a sus rodillas, la suave
brisa de la reflexión la enburbujó. La conciencia del tiempo le había abierto
una senda muy ancha de introspección y le había vaciado en la cabeza un canasto
lleno de preguntas que había ella ocultado de su lógica por tantas y tantas
hojas del calendario… ¿Le extrañaba aún o era ya una costumbre el sentir un
agujero en el pecho? ¿Sus huellas y las de él seguían empatando una sobre la otra por el
mismo camino de arena? O acaso ¿se habían separado sin que diera cuenta de ello?
Levantó su rostro sin abrir los ojos y
respiro un aire tan infinitamente púrpura que sus pulmones al exhalar se convirtieron
en mariposas… mariposas que salieron en señal de libertad poco a poco por su
boca. No tenía más miedo. Miró fijamente el horizonte y encendió un cigarrillo
de gamuza. – ¡Qué raro!, podría jurar haber comprado melancolía pero estos sin
duda eran cigarrillos sabor nostalgia, EN FIN.- el humo ascendía a su cerebro
en remolinos de sinapsis simples y perfectas. Las respuestas a sus preguntas
abundaban de tal manera que no tuvieron más lugar dentro de su cráneo y emigraron
por el cuero cabelludo, recorrieron sus rizos pintándolos color galaxia
mientras conectaban con las raíces de aquel sabio árbol que la resguardaba…poco
a poco se llenó la corteza de brillo y luces neón, las ramas se tiñeron de arcoíris
y las hojas se cristalizaban a la par de las lágrimas que recorrían sus
mejillas hasta estacionarse en las comisuras de la más libre, franca y sensata
sonrisa.
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